19 de febrero de 2012

Larga distancia

No era fácil tener una relación a larga distancia. Nos sentíamos como imanes, atraídos por la piel y las palabras, pero la vida real se interponía entre nosotros y el magnetismo sólo alcanzaba para vernos una, a lo sumo dos veces por mes. 
Habíamos adquirido la costumbre de mandarnos mails varias veces al día. Era la mejor manera de comunicarnos, dado que las llamadas telefónicas internacionales podían ser casi tan caras como los pasajes en barco, y de todos modos a ninguno de los dos le gustaba hablar por teléfono. Por lo general, eran mails cortos. Nos guardábamos las conversaciones más largas para cuando teníamos la oportunidad de estar juntos.

Una de las tantas veces que él cruzó el charquito, como solíamos llamarlo, me puse a tararear una canción de Sabina mientras íbamos en el bondi. No me di cuenta de que me estaba escuchando hasta que dejé de mirar por la ventana. 

"¿Qué?," pregunté, un poco cohibida.
"Es muy lindo ese tema que estabas cantando, aunque creo que lo cambiaste un poco."
"Estaba pensando en la versión de María Jimenez."
"Voy a tener que escucharla," sonrió, pasándome una mano por los hombros. "La verdad, no sé cómo haces para acordarte todas esas canciones. Yo nunca me acuerdo más que los estribillos."
"Esa canción me estuvo dando vueltas en la cabeza desde que llegaste." Me acuerdo, como si hubiera pasado ayer, que apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos. "No quiero que te vayas."

Pero tenía que irse. Y a los dos días, después de hacer el papelerío correspondiente en Buquebús; nos escapamos de mi familia para despedirnos a solas antes de que el barco zarpara. Caminamos un poco cerca del río y nos sentamos en un banquito, abrazados para protegernos uno al otro del aire fresco de la noche. Él tenía su MP3 en la mano. 

"Yo también tuve una canción en la mente desde que llegué," me dijo, retomando la conversación del colectivo como si no hubieran pasado dos días desde entonces. "Me la aprendí para cantártela, pero la verdad es que prefiero que la escuches. Es probable que me olvide la letra."

Puso play y tarareó mientras la escuchábamos. Yo apoyé la cabeza en su hombro otra vez para que no me viera llorar. Ya teníamos suficientes despedidas como esa, y para esa altura yo ya debería haberme acostumbrado. Pero el problema con nuestra relación era justamente ese; que yo nunca iba a acostumbrarme. Resultaba insoportable verlo partir.

Y desde entonces me acuerdo de ese momento cada vez que escucho Iris, de Goo Goo Dolls.

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